Cuando abro tu armario y veo tus chaquetas y bufandas no
paro de recordar esas tardes de invierno en las que todo podía pasar. Esas
tardes en las que a mi cara la acariciaban tus manos y no el viento, en las que
mis manos siempre tenían tus bolsillos libres para poder guardarlas. Esas tarde
de invierno donde ninguno de los dos teníamos frío.